lunes, 6 de febrero de 2012

Una herida que nunca cicatrizará.

Esa lanza me ha abierto una herida que no se ha cerrado. De verdad intento olvidar. Intento no escuchar. Pero, de repente, cuando menos me lo espero, todo lo que han dicho, todo lo que han escrito -todo lo que he visto, todo lo que he oído, todo lo que he leído- y todo lo que me imagino que seguirán dicciendo, aparece de pronto en medio de mi cerebro y ocupa todo el espacio. Palabras, palabras, palabras, palabras que forman una enorme bola que se expande por mi cabeza, que baja por mi garganta, la cierra y no deja pasar el aire a mis pulmones. Las palabras hacen que todo vuelva a ser real, la bola en mi garganta también se hace real y entonces ya no puedo respirar. ¿Sabes que hago entonces, cuando estoy a punto de ahogarme? Entonces digo tu nombre. Muchas veces. Y en voz baja, porque al principio casi ni me sale la voz. Te vas a reír, pero tengo una teoría: si piensas mucho en una persona que te quiere, esa persona lo nota. Entonces, cuando te pienso y te nombro, pienso que tú me piensas, y la bola se disuelve y el aire vuelve a circular. Pero sé que esto es un apaño, que la bola de palabras volverá. Y con las palabras, volverá todo. La rabia, la vergüenza, la pena... Mientras tanto, sobrevivo. Aunque sé que esto es como la chistera del mago: Puedes fingir que no hay nada dentro, pero sabes que ahí, tras un pañuelo blanco, esta latiendo una paloma. Y puede salir en cualquier momento. Con una gran diferencia. Lo que sale de esta maldita chistera no es una paloma, es un buitre. Huele la sangre de mi herida abierta. Sale de vez en cuando, como por arte de magia, y la picotea un poco. Así no me va a cicatrizar nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta tus alegrías:)